El fútbol y la política siempre nos unieron a mi papá y a mí, mucho de lo que pienso en esos dos aspectos se lo debo a él, a querer parecerme a él y a tener de qué hablar con él porque no siempre había mucho tema, sobre todo cuando yo era pequeña. Mi papá era un hombre de pocas palabras y de pocas pero fervorosas pasiones como el fútbol, los perros y la política.
Recuerdo muy bien la primera vez que me llevó al estadio a ver al Deportivo Cali. Yo tenía 10 años y mi mamá nos llevó y nos dejó allá. A mi papá, a mi hermana y a mí y luego nos recogería.
Ya caminando hacia la entrada del estadio, mi papá me dijo:
— Anita, si te preguntan tienes 12 años, ¿bueno? no 10.
— ¿Por qué? — con cara de extrañeza.
— Porque no dejan entrar menores de 12 y tu hermana ya tiene 14.
Yo le tenía miedo a todo, y si bien mi papá me hacía sentir mucho más tranquila, pues la mentira a un desconocido me generaba terror, pero a él no, a mi me parecía entonces, y casi toda mi vida a decir verdad, que a mi papá nada le daba miedo.
Llegamos a la entrada y la policía que revisaba entradas e identificaciones miró a mi papá y luego me miró a mí.
— ¿Y tú cuántos años tienes?
Yo miré a mi papá, mi papá me miró a mí.
— 12. — dije en voz muy baja.
La policía miró a mi papá con cara de juicio.
— Señor, no le enseñe a la niña a decir mentiras, ella no tiene 12 años.
— Cómo se le ocurre, sino cómo la traería. — dijo mi papá con un tono que rozaba la indignación.
— Lo voy a dejar seguir porque ya está aquí con ellas, pero usted sabe que ella no tiene esa edad.
Yo sudaba, agarrada de la mano de mi papá. No tengo recuerdo de qué hacía mi hermana, solo recuerdo que un día la entrevistaron porque era “la más hermosa” del estadio y ella no creía en nadie.
Pasamos y no me acuerdo nada del partido, solo de esa mentira, esa mentira piadosa, de la que podríamos decir que ahí mi papá me enseñó a mentir, pero bueno, ¿quién no dice mentiras? y ¿quién no dice una mentirilla para empezar a volver hincha a su hijita del glorioso Deportivo Cali?
Años después, muchos años después, en el 2017, el Cali llegaba a la final contra el Atlético Nacional. Mi hermana estaba en Bogotá y yo en ese momento justamente estaba en Cali de vacaciones así que fuimos mi papá y yo.
El estadio queda fuera de Cali y siempre hay mucho tráfico el día que hay partido, en especial una final, así que íbamos a salir como tres horas antes, y mi papá se ponía siempre un poco ansioso cuando había un partido importante y con el tema de la hora, por eso de que era obsesivo con la puntualidad. La ansiedad en él, como en la mayoría de los hombres, se manifestaba como mal genio. Era como una fierecilla dando vueltas por la casa y diciendo que nos fuéramos, que nos fuéramos.
Mi mamá le dijo a mi papá que si podíamos llevar a la hija del vecino porque no tenía con quién ir al partido y allá se iba a encontrar con unos amigos.
Mi papá era una de las personas más asociales que yo he conocido en mi vida. Era muy carismático, pero no le gustaba la gente, por decirlo de alguna manera. Llevar a alguien a un lugar le parecía el peor favor posible. Sentarse a hablar con alguien con quien no tenía nada que ver era misión imposible.
— No María, hoy no. — Dijo con cara de rabia mezclada con incredulidad.
— ¿Y entonces ahora cómo digo que no? — Dijo ella con voz de culpabilidad hacia él.
— No sé, yo no fui el que ofreció llevarla. Nos vamos Anita.
— Lo siento, mami. — Dije yo mientras le apretaba la mano como diciendo una vez más lo siento.
Nos subimos al carro y mi papá cambió su ánimo completamente, prendió la radio y sonreía de oreja a oreja mientras sonaba Pachito E’che en la radio. Si ganábamos sería la 10 estrella así que era importante. El ambiente en todo Cali se sentía, la fiesta se sentía, mientras más nos acercábamos al estadio más veíamos los buses llenos de hinchas, subidos en el techo, sacando su cabeza por las ventanas, pura alegría. Había mucho tráfico y nos demoramos tres horas en llegar a la zona de parqueo del estadio.
Cuando estábamos llegando nos comenzaron a decir que ya no había más espacio donde parquear, en ese caos de ese estadio a las afueras de Cali, con un solo parqueadero para tanta gente, no había más espacio.
— Pues lo dejamos aquí y nos bajamos. Cuando se acabe resolvemos, pero ya está empezando y no me lo pierdo. — Dijo mi papá con total convicción.
— ¿Qué? ¿Aquí? ¿Cómo?
— Pues sí, Anita es que si no no llegamos. Vamos.
Solté una carcajada y le dije que estaba que me orinaba y me dijo pues te abro las dos puertas y orinas ahí escondida. Eso hice y entramos corriendo. Estaban cantando el himno y empezó el partido. Ganamos ese primer partido. El segundo y final fue en Medellín y perdimos, ese año, para variar, no fuimos campeones.
El barça es campeón hoy en Barcelona, y yo pienso que le mandaría videos a mi papá de la celebración que está en las calles, a los que él respondería:
— Mirá vos.
Le encantaba el fútbol, más que nada, pero ya no tenía la euforia adolescente que yo a veces conservo todavía.
Mi papá me enseñó a querer el fútbol, hablar de futbol, entenderlo y conectar, creo, con mi lado masculino. Lo hizo a través del fútbol y a través de la política. De ahí aprendí de él. Siento que tengo mucho de él a veces. Esa rebeldía y ganas de llevar la contraria. Así era él de joven y claro, no sé, eso fue menguándose con el tiempo, con los años pasa la euforia juvenil. Pero tuvimos los años gloriosos en los que veíamos al Cali en el estadio y nos abrazábamos cada que hacía gol y gritabamos y yo sabía que la pasión de mi papá era el fútbol y el Cali, y por eso:
Papá, voy a volver a ver al Glorioso, así sea malísimo.